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Exceptuando unos pocos capítulos, todos los apartados importantes de los anales de la revolución de 1848 a 1849 llevan el epígrafe de ¡Derrota de la revolución!

Pero lo que sucumbía en estas derrotas no era la revolución. Eran los tradicionales apéndices prerrevolucionarios, resultado de relaciones sociales que aún no se habían agudizado lo bastante para tomar una forma bien precisa de contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que no estaba libre el partido revolucionario antes de la revolución de Febrero y de los que no podía liberarlo la victoria de Febrero, sino sólo una serie de derrotas.

En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió paso con sus conquistas directas tragicómicas, sino, por el contrario, engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido de la subversión maduró, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario.

Demostrar esto es lo que se proponen las siguientes páginas.

Karl Marx, La lucha de clases en Francia



"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí"






sábado, 20 de junio de 2009

Compilado de artículos de Guillermo Almeyra

Sobre transiciones y socialismo
Guillermo Almeyra
Cuando Bismarck estatizó el correo prusiano, Federico Engels acuñó tempranamente el término de capitalismo de Estado. El papel, incluso mayoritario, de éste en la economía (lo que no es el caso ni en China ni en Vietnam ni en Venezuela, países en que el sector privado pesa más que el estatal) no es, por lo tanto, indicio de cambio de régimen social, sino simplemente de la existencia de una política social y de un sector que la aplica, pero en el marco del funcionamiento capitalista. En cuanto a la prioridad político-económica que se otorgue al mercado interno y a la industrialización nacional para satisfacer las necesidades de la población (en vez de a las exportaciones para conseguir divisas, del pago de la deuda externa o al lucro de las empresas) es sin duda indispensable para la preparación de condiciones propicias para la transición al socialismo. También lo son el desarrollo al máximo de la educación, la investigación científica, la defensa del ambiente, la sanidad y la cultura (que no pueden depender de si son o no lucrativas). Pero todas estas políticas no son por sí mismas socialistas ya que pueden también formar parte del arsenal político de un capitalismo de Estado distribucionista y democrático.
El socialismo no puede nacer del Estado, aunque en la primera fase de la transición hacia el socialismo un Estado fuerte sea indispensable. En primer lugar porque, aunque no puede haber socialismo en la miseria, el mismo no es el resultado de transformaciones puramente económicas. O, como decía Nikita Jruschov, meramente de la superación en la producción de bienes y servicios al país capitalista más avanzado o de "dar más goulash" a los trabajadores. En efecto, la historia ha probado que la tecnología, el tipo de productos y de consumos, y la filosofía productiva del capitalismo, todos los cuales no reparan en los costos ambientales y sociales, no pueden ser imitados sin reproducir el capitalismo y sus valores. Por eso quien crea que la tecnología es neutra y resuelve todo, prepara un "capitalismo sin capitalistas" con los burócratas estatales como capitalista colectivo, o sea un régimen transitorio que necesitará cada vez más a los capitalistas de carne y hueso para desarrollarse.

En segundo lugar, el Estado es por definición una relación social nacional y el socialismo no puede nacer y desarrollarse en un solo país, por grande y rico que éste sea, ni ver la luz en forma gradual y pacífica, sino que nacerá del conflicto social mundial prolongado y de la superación, también en escala global, del capitalismo más desarrollado (entendiendo por desarrollo no sólo la producción y la tecnología, sino también la cultura social y los valores civilizatorios). Porque el socialismo será, antes que nada, resultado del desarrollo cultural, de la mayor conciencia colectiva, del crecimiento de las relaciones solidarias consolidadas, de la superación del egoísmo y el individualismo, todo lo cual sólo se puede lograr en el conflicto social, ese aprendizaje colectivo que vuelve a amasar y reubica los esfuerzos individuales y los sentimientos a partir de las viejas bases comunitarias semienterradas por el capitalismo y el colonialismo.

Al socialismo no lo construirá jamás un aparato estatal paternalista, por bien inspirado que sea en sus comienzos la dirección del mismo, ni tampoco ésta podrá construir las bases de aquél, que son sobre todo políticas y sociales. El paternalismo sustituivista del capitalismo de Estado, por el contrario, podría infectar a los trabajadores, haciéndolos depender de salvadores y cegándolos ante el surgimiento y desarrollo de una capa de burócratas y carreristas que inevitablemente pretenderán ser los únicos dirigentes e intérpretes con patente oficial de la revolución y que, por lo tanto, frenarán la creatividad política y reprimirán las ideas revolucionarias no oficiales. Para crear condiciones sociales para el socialismo los trabajadores deben adquirir conocimientos, confianza en sí mismos; deben formular proyectos, controlarlos, ejecutarlos por sí mismos, aprender las complejidades de la sociedad, convertirse todos en "técnicos" iguales entre sí, aunque con distintas funciones y capacidades. La participación decisiva e independiente de los trabajadores en la autoría de los proyectos y en el establecimiento de las prioridades es la condición para la acumulación básica de conciencia colectiva y solidaria sin la cual no podría haber socialismo.

Ahora bien, eso no existe en los países que con su "socialismo de mercado" marchan de cabeza hacia la homogenización con los otros países capitalistas, y existe sólo muy parcialmente en Cuba y en Venezuela, aunque las "misiones" y los "poderes populares", así como el solidarismo cubano, tienen hoy elementos que apuntan en esa dirección. Además, la planificación administrativa a la soviética es imposible y la planeación de tipo chino fija grandes orientaciones socioeconómicas, pero deja espacio a formas de mercado. Porque los planes no eliminan el mercado, que es intercambio de mercancías sobre la base de la ley del valor, y mucho menos aún la subordinación al mercado mundial, ni anulan el peso de los valores culturales y políticos que éste trae consigo con su tipo de consumos. De ahí el papel esencial de la formación y la educación política y cultural a partir de valores solidarios y de la movilización, participación e independencia de los trabajadores. Esto nos lleva al problema del "modelo" chino y al de las formas consejistas y autónomas de poder que surgen de la lucha cotidiana, dando origen a nuevos dirigentes y a una nueva subjetividad, y también al del movimiento plural, abierto, libertario (de ninguna manera un partido único excluyente y centralizado), que las ayude a organizar y aplicar. Pero sobre esto hablaremos el domingo próximo...



¿Socialismo del siglo XXI?

Guillermo Almeyra
Perdónenme, pero en mi opinión la frase, como el término "populismo", es una de tantas superficialidades a las que recurren quienes no saben definir los conceptos y creen decir algo "projundo, señora, projundísimo", pero no dicen nada.
¿De cuál socialismo se trata? ¿Del sistema o del ideal de los socialistas? Un sistema, cuando nace lo hace, por supuesto, siempre en su tiempo, en su siglo. Por tanto, la frase es una perogrullada o, en el mejor de los casos, la expresión del deseo de que el socialismo triunfe en el siglo que vivimos. Además, ¿en cuál parte del siglo XXI se piensa construirlo? Porque es evidente que con el actual sistema, en 2060 la ecología y la sociedad estarían infinitamente peor de lo mal que están ahora, y entonces no nos peocuparía el socialismo, sino, con mucha suerte, nuestra supervivencia entre la barbarie generalizada. ¿Y socialismo en dónde: en Burundi, Francia, Caracas, o sería igual en todos lados?

Por otra parte, si es diferente cualitativamente del de los siglos XIX y XX, ¿por qué no decirlo,
por qué no hacer un balance de lo que no es ni fue socialismo, ni como sistema ni como ideal? Es decir, tanto del nacionalismo estatalista, integrado en el sistema capitalista y en sus instituciones, de los epígonos socialdemócratas de Marx, esos fundadores antimarxistas del "marxismo" como dogma y sistema, como del totalitarismo nacionalista e igualmente estatalista de Stalin y sus secuaces, inventores del "marxismo-leninismo" como nueva religión del aparato burocrático contrarrevolucionario que usurpó el poder enterrando los soviets y los comunistas. ¿Cómo pensar que un nuevo sistema social que no tiene precedentes puede ser construido tal como un arquitecto construye una casa partiendo de que todo está ya dado y existen normas, sin estudiar la historia de otros intentos y fracasos, sin analizar las condiciones en que se encarará dicha "construcción" y los materiales con que se cuenta ¬léase, la estructura social de cada país, las relaciones de fuerza, la conciencia de clase de los "constructores", etcétera?

No hay idea más antisocialista que decir que el socialismo nace en un gabinete, de la idea y voluntad de unos pocos que presentan luego el proyecto a los trabajadores. El socialismo nacerá, si nace, de la creatividad, experiencia, voluntad, conciencia y participación de éstos o será una caricatura paternalista y burocrática. No es socialista un país que se entera por radio de que su dirigente lo declaró así, sin discusión previa, ni se hace el socialismo por decreto estatal y apoyándose en el aparato del Estado, con el ejército como instrumento. El socialismo prescinde, entre otras cosas, del Estado, que expresa una relación actual de clases, y administra y dirige hoy las personas para, por el contrario, eliminado el capitalismo y afirmada la democracia, eliminadas la ignorancia y la miseria, pasar a administrar sólo las cosas.

No hay tampoco idea más antimarxista que poder imaginar ahora en todos sus detalles un futuro socialista y "construir" según ese proyecto, aunque la mayoría de la población no sea socialista, sino nacionalista antimperialista, lo cual no es lo mismo. No se "construye" el socialismo manteniendo una economía dependiente y la misma estructura de clases; el distribucionismo no es socialista, sino desarrollismo, pues amplía el mercado interno de un país al reducir el abanico de ingresos y dar mayores ingresos a todos, pero siempre bajo el control de las finanzas y del capital nacional e internacional, como recuerda ¬a quienes conocen la historia de las ideas¬ la actuación de Raúl Prebisch y de la CEPAL.

Tampoco se "construye" el socialismo con partidos socialistas únicos, ya que los trabajadores y los oprimidos ni son todos iguales ni tienen todos exactamente los mismos intereses y nivel de politización y cultura, lo que exige una vida democrática y el pluralismo político, entre los partidos y dentro de éstos, para elevar la cultura y la preparación de todos. Un partido, por otra parte, es sólo un instrumento organizativo para la aplicación de un programa, de un proyecto. No se puede, por tanto, declarar seriamente que se quiere un partido socialista único si no se ha hecho un balance de las experiencias que en el pasado declararon ser socialistas y no se tiene el programa ni siquiera esbozado, y se confunde el socialismo con algo que aún es fundamentalmente una política social avanzada en un país capitalista dependiente.
Se puede decir, sin embargo, qué no puede ser el socialismo: un régimen de partido único, totalitario; un régimen paternalista y estatista, burocrático, que elimina la discusión y la creatividad. Se puede decir también, a grandes rasgos, qué puede ser: un régimen de autonomía, de autogestión social generalizada, de planificación según las necesidades de los sujetos y desde ellos mismos, en su territorio, de organización de una federación de libres comunas autogestionarias asociadas; un régimen basado en la libre creatividad y el desarrollo de los saberes populares, en el aumento masivo de la cultura y de los conocimientos técnicos; un sistema sin Líderes ni Jefes Máximos, en el cual todos decidan y todos ejecuten la voluntad colectiva expresada democráticamente y tiendan a desaparecer las desigualdades de información, de cultura, económicas y geográficas, mediante la solidaridad y un mayor apoyo a quienes están en peores condiciones.

Las medidas destinadas a mejorar el nivel de vida, sanidad y cultura, y la creación ¬por el Estado central¬ de consejos populares municipales, sin duda democratizan el sistema capitalista imperante y ofrecen las bases técnicas, culturales y de conciencia para el socialismo futuro. Son, por consiguiente, fundamentales y deben ser saludadas, pero no son el socialismo.

http://www.jornada.unam.mx/2007/01/14/index.php?section=opinion&article=014a2pol


Oaxaca y el viento del Sur
Guillermo Almeyra

En mi lejana juventud, cuando uno se tropezaba con la negra figura de un cura ensotanado por la calle, aparte de agarrarse rápidamente los genitales para salvarlos (las mujeres, más discretamente, se llevaban las manos al pecho), se precipitaba en búsqueda de la primera reja o artefacto de hierro que tocar, no fuera cosa que...

Por supuesto, éramos primitivos, groseros y supersticiosos. Pero no pendejos ni inconscientes o desprevenidos. Porque, en el fondo, si esos curas entonces franquistas y fascistas andaban por la calle, ocupando el medio de la acera, era porque había un poder que los apañaba y una parte importante de la población que los sostenía. Y, por tanto, el símbolo hacía sonar de inmediato la campana de alerta ante el peligro.

¿A qué viene esto? Al hecho de que los peligros se anuncian siempre, para las personas y para las clases, aunque tanto unas como otras no siempre quieran o sepan interpretar las advertencias. Así le sucedió a Don Porfirio, que creyó que podría seguir matando y vendiendo yaquis como esclavos o asesinando mayas, y que podría hacer cualquier cosa mientras controlase sus fuerzas represivas, ya que el pueblo mexicano, para él, cedía ante el rigor. Las huelgas, los levantamientos indígenas no fueron vistos desde el Palacio como las primeras burbujas de un agua a punto de ebullición, sino como asuntos policiales que se resolvían matando, torturando, desapareciendo, haciendo escarmientos colectivos para aterrorizar a todos con todas las fuerzas de la Santísima Trinidad (Ejército asesino de compatriotas, policía feroz al servicio de los caudillos, justicia corrupta de los potentes para oprimir y reprimir a quienes quieren ser ciudadanos, y no esclavos).

En la vida social, como en la naturaleza, la temperatura no sube repentinamente de 0 grados a 100, sino que pasa por fases intermedias, en un proceso gradual cuyos saltos relativamente bruscos son el resultado del hecho de que un régimen caduco eleva, con su misma represión, la conciencia social colectiva sobre su carácter vil, inaceptable, anacrónico. Los vientos anuncian tempestades. Sólo quien desprecia profundamente la capacidad de comprensión, de adquisición de conciencia, de movilización y reacción de los más explotados en este país con 80 por ciento de pobres, puede permanecer impasible ante las advertencias que le hace llegar la némesis histórica (o sea, la gradual y continua construcción, en las conciencias y en los hechos, de las bases para una alternativa).

El "innombrable" mataba cientos de luchadores sociales y después decía de los dirigentes políticos de éstos "ni los veo ni los oigo". Frente a las advertencias, primero de Chiapas en 1994, y después de Atenco y Oaxaca, sólo puede permanecer impasible gente que no tenía cash para una pobre señora indígena mientras regalaba los ferrocarriles a las transnacionales, o que daba como perspectiva a los mexicanos ir a trabajar de jardineros al extranjero (y mandar las remesas para que él pudiera vivir aquí como hacendado). Las llamadas burguesías nacionales fueron barridas por la mundialización dirigida por el capital financiero. Para las clases gobernantes, lo esencial es satisfacer al capital financiero internacional, con el cual están entrelazadas, y no el mercado interno, la política en el país, hacia el cual no miran y no escuchan. Por eso quienes están momentáneamente en el gobierno pueden ignorar las consecuencias inmediatas y futuras del hecho de que más de medio país considera que el régimen es ilegítimo, que la justicia es corrupta y es parcial, que los delincuentes de todo tipo no pueden combatir la delincuencia de la que obtienen pingües privilegios.

La subsistencia del zapatismo chiapaneco y, sobre todo, de las juntas de buen gobierno, a pesar de los innumerables errores y carencias de Marcos y del grupo en que se apoya éste y que dirige la otra campaña, indica que hay un problema de fondo que sólo un gobierno no capitalista puede resolver: el de la igualdad de los indígenas, el de sus derechos y sus tierras, el de la real democratización del país, con la autonomía, el federalismo real, la autogestión. Si lo de Atenco persiste también es porque el gobierno prefería consultar a los patos antes que a los campesinos y porque la resistencia va más allá de la simple defensa -sacrosanta- de la tierra, y abarca el campo de la justicia violada, el del racismo, el de las arbitrariedades cometidas contra gente que es considerada inferior e incapaz de reacción, "perdedores", como dicen los gringos. Hay que ser sordo e incapaz, como lo es Calderón, para no hacer saltar a Ulises Ruiz y ganar así años de negociaciones con el pueblo de Oaxaca, y ciego para no ver que éste, pese a la terrible represión condenada mundialmente, y de sus costos en vidas y sufrimientos, se mantiene en pie desde hace casi 500 días de continua lucha y se mantendrá aún por el tiempo que sea necesario y que las olas sociales (Chiapas, Atenco, Oaxaca) se alimentan y refuercen unas a las otras. La derecha clerical mexicana no es moderna y está cegada por su racismo y su desprecio por el país real. Cree que podrá parar los procesos sociales combinando el apoyo de los charros con el de la policía, y la compra de legisladores del PRD. Pero el viento que sopla desde Oaxaca, desde esa ruptura con el régimen que se ha dado en la cabeza de la gente y la ha conducido a establecer rudimentos de su propio poder, se filtrará por todas las grietas de los muros represivos.

La conclusión elemental no es esperar ganar las próximas elecciones para que las roben nuevamente (aunque habrá que decidir caso por caso, cuándo conviene participar en comicios y cómo hacerlo). Por el contrario, hay que unir todas las fuerzas sociales no capitalistas superando divisiones y sectarismos para hacer una gran fuerza nacional y social, con un programa que dé forma a esperanzas y reivindicaciones de los mexicanos oprimidos o explotados.



Trotsky en el siglo XXI

Guillermo Almeyra
¿Qué sigue siendo válido en el pensamiento de Trotsky, quien fue asesinado en México hace 47 años y hoy reaparece como referente teórico en importantes círculos cubanos y hasta en los discursos de Hugo Chávez?
En primer lugar, la teoría de la revolución permanente, elaborada con Parvus a raíz de la experiencia de la revolución rusa de 1905, la cual tornó claro que, en los países dependientes y donde no se han conseguido la liberación y la unificación nacional, la revolución agraria, la plena vigencia de los derechos democráticos ni se han sentado las bases para una república, todo eso no va a ser obtenido bajo la dirección de la burguesía, la cual depende estrechamente del imperialismo y es débil e incapaz, sino que debe ser conquistado por una alianza entre obreros, campesinos y explotados y oprimidos de todo tipo (pueblos originarios, minorías nacionales oprimidas, desocupados). En nuestra época, cuando la inmensa mayoría de la humanidad no ha conseguido aún las conquistas de la Revolución Francesa y, en escala mundial, asistimos a la lucha por repetir la hazaña de los sans-culottes en 1789, esa revolución democrática, para triunfar, debe ir más lejos, ser anticapitalista, desarrollarse en forma socialista.

También su visión internacional de los procesos, su combate a la idea estaliniana de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país que consideraba la "política exterior" sólo
como un medio para lograr equilibrios y ganar tiempo para esa construcción puramente nacional -y nacionalista- aislada. Trotsky, junto con Lenin, comprendía en efecto que la revolución es más fácil en los "eslabones más débiles" de la cadena capitalista -los países semicoloniales y dependientes-, dada la debilidad del Estado, pero veía que el socialismo sólo puede ser mundial, como lo es el capitalismo, y la inserción de todos los países en ese sistema dominante hace que la política "internacional" sea también "nacional" y viceversa y, por lo tanto, que en los países dependientes es más difícil la construcción de las bases mínimas para el socialismo, como el fin de la ignorancia, de la miseria, del autoritarismo, del atraso cultural y técnico. De ahí la otra parte de la revolución permanente: la necesidad de culminar las revoluciones socialistas en escala local, nacional, con la extensión del socialismo a escala mundial y, como corolario, la necesidad de ayudar solidariamente a otros pueblos en su lucha anticapitalista y de educar a los trabajadores en revolución en una visión universal, que una naturalmente la defensa de la revolución en el plano nacional con el internacionalismo revolucionario. La actitud de países pobres como Venezuela o Cuba en su ayuda solidaria se inscribe, conscientemente o no, en esta línea del pensamiento de Trotsky, que Lenin compartía.

Igualmente válida es su lucha, comenzada con la oposición de 1923 en el Partido Comunista de la URSS, contra la burocratización de los partidos "socialistas" o "comunistas", de sus sindicatos, de sus estados, apelando a las mujeres, a los jóvenes, a la democracia interna, a la construcción de órganos, como los consejos obreros, que pasasen por sobre las estructuras partidarias y sindicales y fuesen controlados y reorganizados continuamente por los trabajadores mismos. Y su rechazo no sólo al partido monolítico, sin tendencias internas en plena discusión teórica y estratégica, sino también al partido único de la clase obrera, ya que las clases trabajadoras están lejos de ser homogéneas, y sin democracia y pluralismo no pueden educarse y ser protagonistas en la lucha por cambiar las complejas condiciones sociales y económicas de la sociedad moderna. Algunas sectas "trotskistas" que repiten al peor Trotsky ("con el partido somos todo, sin el partido no somos nada") para reforzar un centralismo nada democrático olvidan al Trotsky defensor de la democracia en el partido, al hombre del Programa de Transición de la IV Internacional, escrito dos años antes de su asesinato.

Pero los aportes más actuales, en América Latina, que ningún marxista había hecho hasta entonces, y que siguen siendo fundamentales para entender procesos como el cubano, el venezolano, el boliviano, el nacionalismo revolucionario e incluso los gobiernos burgueses llamados "progresistas" (Kirchner o Lula, por ejemplo), son sus escritos en México. Su caracterización del gobierno de Lázaro Cárdenas, su defensa contra el imperialismo manteniendo al mismo tiempo la independencia política frente a él y tratando de desarrollar la independencia política de los trabajadores que lo seguían, su análisis de los sindicatos como órganos cada vez más integrados en el Estado capitalista, la necesidad de conseguir la independencia de clase frente a los partidos burgueses construyendo un partido obrero basado en las organizaciones de tipo sindical obreras y campesinas, mantienen y acrecientan toda su vigencia.

Los "ismos" transforman en dogmas eclesiásticos, en pensamiento cerrado, talmúdico, lo que fue elaboración abierta a partir de la unidad entre teoría y práctica y de la realidad misma. Al igual que Marx, que rechazaba ser "marxista" debido a los discípulos que le habían tocado en suerte y que decía que había sembrado dragones y recogido pulgas, Trotsky se oponía a ser llamado "trotskista" y negaba que existiese el llamado "trotskismo", pues éste para él era sólo el pensamiento de Marx y el de Lenin. Hay, sin embargo, algunas capillas raquíticas que prescinden de las ideas de Trotsky pero lo mencionan tal como los secuaces de todas las religiones utilizan sus respectivas sagradas escrituras. Eso no es culpa del revolucionario ruso pero obliga a ir directamente a la rediscusión masiva, donde se quiere avanzar hacia el socialismo, como en Cuba o en Venezuela, de los escritos de Trotsky desde 1923 y, particularmente, a sus escritos sobre América Latina. No hay nada más iluminante, apasionante, actual.




Lo que es válido aún en Trotsky a 68 años de su asesinato

Guillermo Almeyra
León Trotsky fue asesinado el 20 de agosto hace 68 años. La semana pasada el fallo contra Ignacio del Valle y sus compañeros de Atenco, que busca sacarlos del combate para siempre y hacerlos morir en la cárcel, me obligó a dar prioridad a la obligación moral de lanzar un llamado a la movilización solidaria, el cual, desgraciadamente, dejó intacto el ciego oportunismo que como una gruesa capa de plomo pesa brutalmente sobre las organizaciones sociales y políticas de eso que no sé bien por qué se sigue llamando por rutina izquierda mexicana. Quienes ni siquiera son capaces de luchar para defender las conquistas democráticas del pasado jamás tendrán ningún futuro digno. Quienes no pueden ni siquiera sentir los agravios y las violencias de clase contra los luchadores sociales son cómplices pasivos de la ofensiva reaccionaria en curso y preparan a todos un porvenir de dictaduras. Como, además, al llegar a los 80 años uno no puede esperar sensatamente tener la seguridad de conmemorar ninguna fecha que esté alejada casi 12 meses, aprovecho entonces este espacio para tratar de destacar algunos grandes aportes de León Trotsky a la causa de la liberación social de los explotados y oprimidos que, en mi opinión, y a diferencia de muchas otras ideas del gran revolucionario ruso aquí asesinado, siguen siendo válidos.

En primer lugar, y antes que nada, su internacionalismo. Sobre todo cuando el mundo está enteramente unificado por el capital y asistimos a una crisis de civilización y una crisis ecológica que obliga a las víctimas del sistema, so pena de ser esclavas o de perecer, a ver cómo las causas generales determinan los efectos particulares y locales y a dar una respuesta mundial al avance de la barbarie. No hay solución meramente cubana, mexicana, argentina o brasileña a los problemas sociales y políticos de cada uno de nuestros países. Encerrarse en el propio rincón equivale a esperar pasivamente el talón de hierro que nos aplastará. “Hay que mirar a Bolivia” no para imitar cursos revolucionarios que corresponden a otras relaciones de fuerzas en otras regiones sino para apoyarlos y para apoyarnos en esos procesos y aprender en ellos y de ellos a unir a los explotados y oprimidos que el capitalismo intenta separar.

En segundo lugar (sólo en el orden de enumeración) su idea firme de que, como decía ya Marx, la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos y no de aparatos que intenten sustituirlos. Y, por consiguiente, de que los socialistas deben ir constantemente a la escuela diaria de la creatividad de los trabajadores, que a partir de la vida confirman, recrean y modifican la teoría revolucionaria. Los bolcheviques, en la Revolución rusa de 1905 y en la de 1917, vieron inicialmente a los consejos obreros como competidores del partido e instrumentos para los oportunistas. Trotsky, presidente de los consejos (soviets) en 1905 y dirigente en 1917 de la lucha por darle todo el poder, en sus mejores trabajos comprendió en cambio que el partido revolucionario es un instrumento importante pero transitorio que, para cumplir su papel liberador, debe ayudar a elevar la conciencia, la comprensión y la decisión de quienes cambiándose a sí mismos harán el cambio social. El partido canalizará el caudal de la revolución, lo encauzará, pero no será el torrente mismo. Sin conquistar la adhesión a sus ideas de la mayoría de la minoría activa de los explotados, ayudándoles a modificar sus ideas y pertenencias partidarias previas, sin una tenaz lucha ideológica y organizativa, no tendrá la autoridad moral para dirigir procesos que son por esencia caóticos.

Otra idea fundamental es la de la democracia interna vital en el partido para evitar su burocratización y el unanimismo que de ella deriva y que lo torna ciego y estéril. Igualmente importante fue su lucha por el derecho a la pluralidad de partidos obreros en la transformación revolucionaria porque la clase obrera no es homogénea, porque la democracia es un derecho para los que piensan diferentemente que la mayoría y porque nadie posee la verdad teórica (que por otra parte no existe: hay sólo aproximaciones sucesivas a la misma), ni la posición justa ante cada problema y mucho menos de una vez para siempre. Contra los burócratas, que se consideran vanguardia eterna designada quién sabe por cuál deidad, y contra los anarquistas que repudian la organización y la disciplina de partido, Trotsky demostró que la revolución la hacen los trabajadores, pero que no resulta ni de la sabiduría de un puñado de dirigentes ni de un cambio espontáneo del humor de éstos sino que debe ser preparada y fomentada por la labor cotidiana y gris de quienes han hecho del cambio revolucionario el objetivo de su vida y son capaces de aprender continuamente del sujeto cambiante de la revolución mientras lo ayudan a madurar y a afirmar su decisión y sus ideas. La revolución la organiza el capitalismo mismo y la hacen los trabajadores, pero el partido aporta a éstos sus cuadros y el arte de la revolución.

Por último, la idea de que el partido revolucionario debe estar separado del Estado después de la revolución para no ser tragado por el funcionamiento de un órgano que sigue siendo burgués, aunque no esté ya en manos de la burguesía, y también para poder controlar los errores y las políticas de su propio gobierno, del aparato estatal apenas modificado por los comienzos de la revolución y que mantiene enormes resabios burocráticos en la administración y la justicia y en la persistencia del peso cultural de las clases desposeídas sobre los nuevos gobernantes. Autogestión y consejos, para apoyarse en los trabajadores. Democracia y pluralidad partidaria gdemocrática en la revolución. Separación entre el partido revolucionario socialista y el Estado que se rige por normas burguesas. Conquista cotidiana de un pensamiento socialista plural y libertario. Tales son, a mi juicio, las ideas que hacen de Trotsky el revolucionario más importante del siglo pasado, junto con Lenin, y un hombre de nuestro siglo.



¿Dónde va Cuba?

GUILLERMO ALMEYRA

Sí, lo sé, debería escribir sobre el fraude mediante el cual la derecha salvadoreña intentará impedir el triunfo del FMLN, sobre las posibilidades y opciones que éste tiene, así como de su programa utópico de unidad nacional” (imagínense: ¡con una derecha asesina y proimperialista como la representada por Arena!). Pero el golpe infligido a la moral del pueblo cubano y a los defensores en todo el mundo de la revolución cubana, por la forma en que fueron defenestrados Lage y Pérez Roque, me obliga a plantear cosas más urgentes.

En primer lugar, hay que dejar en claro que las diferencias entre Fidel y Raúl Castro existen desde fines de los años 1950 por el mayor peso en el primero de lo que por comodidad llamamos, muy esquemáticamente, “voluntarismo guiterista”, y, en el segundo, de la formación en el pragmatismo sin principios y en la confianza en los aparatos propios de la formación comunista durante la guerra y en la posguerra. Pero son muchos más los puntos que tienen en común: la intransigencia en la lucha antimperialista, la voluntad de defender el poder surgido de la revolución y las conquistas de ésta, el profundo nacionalismo cubano de cuño martiano. Ellos comparten además la desconfianza en la capacidad creativa y autogestionaria de los trabajadores, a los que ven como una infantería abnegada y valiente que necesita, sin embargo, generales experimentados y audaces.

Como no conocen la historia del movimiento obrero mundial ni han hecho un balance crítico del llamado socialismo real y de sus propios errores estalinistas del pasado, desconfían de los que quieren recurrir al pensamiento de Marx (no al dogma “marxista-leninista”) y de todo lo que huela a independencia del movimiento obrero y consejismo. Fidel y sus llamados “talibanes”, que de repente pasan a ser “indignos”, y Raúl, al igual que la derecha conservadora del partido, a pesar de sus diferencias puntuales, no son sectores en pugna sino “almas”, “estados de espíritu” de un mismo cuerpo político.

En segundo lugar, la reciente crisis en el gobierno y en el partido (tanto Lage como Pérez Roque renunciaron a todos sus cargos en ambos) muestra que las necesidades del Estado se imponen a las del partido (por no hablar de los rudimentos de democracia representativa, como la Asamblea, a la que los diputados elegidos por el pueblo renuncian ni siquiera ante el partido, sino ante los dirigentes del Estado y que no discute nada, ni antes ni después de la crisis).
La supuesta “indignidad” de los defenestrados derivaría, en efecto, de sus actos como miembros del gobierno y las “esperanzas” suscitadas en el enemigo resultarían de sus actos de oficio y de sus reuniones con mandatarios extranjeros. El Estado anula así al partido y le impone sus virajes: la democracia interna y la discusión política en los organismos partidarios, así como el control colectivo sobre los dirigentes son algo inexistente.

En menos de una semana Raúl “libera de sus funciones” a los defenestrados, pero tanto el gobierno como el partido aceptan que ellos mantengan sus otros importantes cargos hasta que un dirigente –Fidel– formalmente retirado del gobierno y que no se expresó antes en el partido, modifica todo con una carta particular donde declara “indignos” y prácticamente traidores y delincuentes a esos altos dirigentes en funciones que, para colmo, durante muchos años fueron sus secretarios.

¿Dónde está la colegialidad en el gobierno? ¿Dónde la separación entre el partido y aquél? ¿Dónde la legalidad misma si se puede echar de su cargo y arruinar a un político sin juicio previo, sin discusión, sin pruebas públicas? ¿Dónde el respeto por los ciudadanos, que eligen diputados que otros anulan, y por los militantes del partido que se enteran por los diarios de que sus dirigentes ahora son réprobos? Con un partido fusionado con el Estado y subordinado al aparato estatal, sin vida política ni independencia, y con un Estado que depende del arbitrio de una o dos personas, ¿es posible acaso construir la democracia? ¿Sin democracia –sin educación política de los ciudadanos– es posible construir el socialismo?

En tercer lugar, es necesario reafirmar que los métodos aprendidos de los soviéticos no significan, sin embargo, que en Cuba exista, como por ejemplo en Corea del Norte, una mezcla de estalinismo con autocracia. Es inaceptable la redacción de las cartas de renuncia a sus cargos de Lage y Pérez Roque, que con una fórmula estereotipada impuesta aceptan la corrección de las críticas recibidas, reconocen errores que ni mencionan y, como humillación final, juran nada menos que ser fieles a Fidel, a Raúl y al partido, o sea, a dos hombres, transitorios y falibles, transformados en Papas para la ocasión, y a un instrumento, igualmente transitorio y que puede y debe ser abandonado si no sirve para el fin, que es construir el socialismo, no afirmar una burocracia estatal.

Si el régimen de Cuba fuese estalinista, el retorno al capitalismo pleno –como en Rusia o en Europa oriental– sería inevitable. No es así. El pueblo cubano sufre la burocracia, es permanentemente despolitizado y desinformado por ésta, pero no está aplastado. En el mismo Partido Comunista militan juntos los que quieren hacer carrera, los “sí-sí-sí” a todo, con los que quieren cambiar a Cuba y al mundo y construir el socialismo. El PCC no es el PCUS. La cultura adquirida por los cubanos es además una base firme que impide acallar el pensamiento crítico, y los cubanos –su historia lo demuestra– no son timoratos ni borregos.

Las confesiones ante la Inquisición humillan a quienes la aceptan, pero demuestran sobre todo el carácter indigno y la degradación moral de quienes creen poder utilizarlas como argumentos para preservar su “autoridad” que esas “confesiones” debilitan aún más. Sólo la verdad es revolucionaria. Al pueblo de Cuba y al mundo se le oculta esa verdad con el pretexto de preservar la revolución. ¡Hay que barrer ese débil muro de hipocresía que intentan imponer los burócratas!




Cuba: permítanme discrepar

GUILLERMO ALMEYRA

En los recientes cambios gubernamentales en Cuba se presentan dos tipos de problemas: los de fondo y los de forma. En cuanto a los primeros, nadie, en el campo oficial y ni Raúl ni Fidel Castro, ha tenido en consideración la necesidad de practicar una economía alternativa a la actual, que está basada en las reglas que dicta el mercado y, por consiguiente, en la necesidad de utilizar como forma económica la democracia directa y la autogestión, o sea, la participación activa en la adopción de las decisiones y en la aplicación de las mismas de los ciudadanos-productores cubanos. Más centralización, más institucionalización”, más decisiones desde el vértice, desde el poder, más “economía de guerra”, ha sido la consigna, e incluso los cambios de Pérez Roque y de Lage han sido efectuados en el nombre del funcionamiento de las intituciones, en crítica implícita al voluntarismo que caracterizó tanto a los que aparecían como hombres de Fidel como a Fidel mismo. Se abre así una especie de “camino cubano a la vía china”… que todos sabemos adónde condujo. O sea, a un poder fuerte basado en el partido único monolítico que trata de pilotar una apertura pragmática al mercado capitalista para modernizar la economía del país, aumentar la productividad de los trabajadores y reducir los costos de los productos, sin tener demasiado en cuenta las consecuencias sociales.

Pero Cuba no es China: tiene una población escasa, de alto nivel cultural pero de bajo crecimiento demográfico, y una escasa productividad histórica. Además, no tiene la posibilidad de recurrir a inmensas masas de capitales venidos del exterior porque su mercado interno es muy reducido y no hay en el exterior una fuerte y rica burguesía cubana nacionalista dispuesta a invertir en la isla; por si esto fuera poco, la escasez relativa de jóvenes hace cara la mano de obra, los cubanos no aceptan cualquier cosa pues la revolución les enseñó a protestar y exigir y, sobre todo, Cuba no puede aplicar la receta china en medio de una terrible crisis mundial que se agravará.

Eso en cuanto al fondo: en vez de democratizar el país y de abrir la vía a un gobierno planificado desde abajo por el poder de los consejos de trabajadores, reduciendo el papel del aparato burocrático estatal, el establishment cubano prefirió intentar la utopía de racionalizar la burocracia y darle eficacia a la arbitraridad y el despilfarro propios de todo sistema verticalista.

Además, discrepo igualmente en lo que se refiere a la forma: ¿por qué no se informó y se discutió con los “cubanos de a pie” lo que estaba pasando en el aparato? ¿Por qué no se discutieron abiertamente los méritos y defectos de cada dirigente y, en cambio, se prefirió presentar hechos consumados, sin explicarlos y en la oscuridad tan característica de la prensa oficial que teme el pensamiento crítico y subestima la capacidad de comprensión de los trabajadores? Si el canciller y el vicepresidente del Consejo de Ministros fueron indisciplinados y poco “institucionales”, como sugiere el comunicado, ¿cuál es la responsabilidad de sus colegas dirigentes, empezando por Fidel y Raúl? Si para el comunicado eran “compañeros” y siguieron ocupando altos cargos (en el Buró Político, el Comité Central y el gobierno) hasta que “renunciaron” con lamentables autocríticas de tipo estalinista, reconociendo “todos sus erroes” que ni siquiera mencionan, ¿por qué Fidel Castro, a cuyo lado trabajaron por muchos años, dice que eran ambiciosos e indignos, cebados “en las mieles del poder”y proclives a ser utilizados por el enemigo? ¿Raúl y la dirección política y estatal califican de compañeros y dan responsabilidades a indignos y potencialmente traidores como sugiere Fidel, o éste utiliza sus declaraciones como torpedos contra otra línea, la triunfante? ¿No fue una gaffe sino una maniobra interna el arrojarle a Michelle Bachelet la reivindicación de la salida al mar para Bolivia cuando el gobierno cubano callaba al respecto para aprovechar la visita de la presidenta chilena para afianzar su retorno al concierto de los países latinoamericanos? ¿La furia fuera de lugar que empapa las declaraciones de Fidel no es una manifestación de senilidad sino una cobertura para un torpedo político destinado a impedir un modus vivendi entre las diversas facciones burocráticas, la vencedora, la militar burocrática centralista, y la perdedora? ¿Qué tendría que ver esa fronda en el aparato con una batalla por las ideas, o sea, con la educación moral y política socialista? (que ahora Raúl ha dejado en manos del ex jefe de policía Ramiro Valdés). ¿Qué discutieron con Hugo Chávez? ¿La posibilidad de que Venezuela pueda verse obligada a reducir su ayuda a Cuba ante la caída del precio del petróleo y la necesidad, por consiguiente, de que Cuba tome desde ya medidas económicas? ¿Por qué no informar, no discutir abiertamente las perspectivas y las tareas, sobre todo en un periodo de preparación del congreso del partido y de reorganización del aparato del Estado? ¿Los linchamientos morales de los dirigentes que siempre responden a organismos colectivos y están controlados por éstos no son acaso un golpe a la ética y al respeto a los militantes? El socialismo no se puede escindir de la democracia y ésta exige libertad de información, plena discusión de ideas y propuestas. El secreto burocrático abre el flanco al enemigo y a éste sirven también los que dicen sí a todo lo que viene del Olimpo estatal y están dispuestos a escupir hoy sobre quienes hasta ayer consideraban sus dirigentes. Particularmente en las épocas difíciles es criminal confundir, desinformar y despolitizar a quienes deberán superar las dificultades con su creatividad, su comprensión, su esfuerzo.





¿Y China, para cuándo?

GUILLERMO ALMEYRA

La crisis mundial se sigue profundizando y lo peor no ha llegado aún, porque la economía china ha sufrido serios golpes pero mantiene sus líneas de defensa en un orden relativo. Pero, ¿cuáles son las perspectivas y qué efectos podría tener la caída de su economía en una prolongada recesión?

Es obvio que la suerte de Estados Unidos depende de que China sostenga al dólar, siga comprando bonos estatales estadunidenses y no venda en la mesa de saldos sus acciones y empresas en ese país. Es obvio, igualmente, que –puesto que el gobierno de Pekín apuesta todo a la exportación– China esté muy interesada en mantener el primer mercado mundial que es, además, su primer comprador e importante fuente de capitales.

Hay así una coexistencia de intereses entre Washington y Pekín, que se sostienen mutuamente como dos borrachos tambaleantes. China depende del consumidor estadunidense y las grandes trasnacionales basan buena parte de sus ganancias en el orden interno, así como en los bajísimos salarios y pésimas condiciones sociales y de trabajo que asegura al capital el Partido Comunista chino. China, ni a corto ni a mediano plazos, es una amenaza como competidor con Estados Unidos y, menos aún, su régimen no constituye ahora un riesgo social y político para el capitalismo estadunidense, por la sencilla razón de que el gobierno chino construye mediante el aparato estatal un capitalismo similar, no un “socialismo de mercado”.

China, como hizo el estalinismo en la ex Unión Soviética y en Europa oriental, garantiza el capitalismo y lo defiende de una alternativa sistémica, no lo amenaza. Su régimen se basa en la explotación despiadada y la dominación que hasta ahora no tiene contrapesos. Pero eso no obsta para que una profundización de su crisis económica pueda llegar a tener grandes repercusiones en la región y en el mundo, y hundir al dólar, además de desbaratar la economía estadunidense, y precipitar en primer lugar a Japón, Corea del Sur, Tailandia y, poco después, a Estados Unidos en una crisis política y social similar a la de la década de 1930.

En efecto, la economía china no es alternativa pues produce las mismas mercancías y la misma chatarra que la de Estados Unidos, sólo que más barato. Contribuye así a la caída de la tasa de ganancias y a la sobreproducción que han causado la crisis. Y se basa en la exportación de todo eso al extremo Oriente, Europa y Estados Unidos. De modo que la caída del consumo solvente en esos mercados de juguetes, zapatos, electrodomésticos, automóviles, vestidos y otros bienes de consumo, además de paralizar buena parte de su industria y de lanzar a la desocupación a millones de trabajadores chinos (que no tienen seguro de desempleo ni asistencia sanitaria), provoca un efecto nefasto de alimentación de la crisis china por la crisis de sus mercados y viceversa. Porque, a su vez, Europa, Japón, Corea del Sur y el sudeste asiático dependen en gran medida de las exportaciones al gran mercado chino.

La crisis y el desempleo quitan hoy brutal y repentinamente fuentes de ingreso a los chinos, que no tienen sindicatos independientes para negociar con los patrones, sostenidos por el PC chino o con éste, que es también patrón en escala gigantesca. La carencia de organismos de mediación, de cojinetes entre los diversos sectores de la sociedad, agravará terriblemente las tensiones que no pueden encaminarse por la senda legal e institucional y, por ende, se tornarán subversivas.

Si cuando se agrave la crisis aparecen en Japón y en Estados Unidos, y reaparecen en Europa, grandes movilizaciones, huelgas y hasta tomas de empresas, el joven y enorme proletariado chino y las gigantescas masas de campesinos, privados de sus ilusiones de progreso, podrían a su vez movilizarse. El Partido Comunista chino aprendería a sus expensas que el capitalismo engendra crisis y lucha de clases, y podría tener que enfrentar una fuerte demanda de democratización de la sociedad.
La salida de la crisis, en China y en el resto del mundo, puede tomar dos formas: o la crisis mundial destruye masas enormes de empresas y capitales y, mediante la desocupación masiva, reduce aún más los salarios hasta que las grandes empresas capitalistas sobrevivientes, aunque maltrechas, recomiencen a preparar la crisis siguiente o, por el contrario, surge un sistema alternativo basado en la satisfacción de las necesidades de la población, en la producción de valores de uso, de medios de consumo, y no de valores de cambio, de cualquier tipo de mercancías para ganar dinero.

En vez de destruir el ambiente, como en China, para abaratar los costos con el propósito de producir mucho y barato, y para ganar dinero a cualquier costo, es posible invertir en reconstruirlo y en desarrollar el trabajo comunitario y solidario como fuerza productiva, rompiendo el dominio del capital.

En vez de producir lo superfluo y lo nocivo para el mercado capitalista, es posible producir lo necesario para elevar el nivel de vida y de civilización sin dañar la naturaleza ni polarizar brutalmente a la sociedad entre un puñado de millonarios “comunistas”, miembros del partido único que gobierna, y centenares de millones de nuevos coolíes.

La crisis mundial, en el país más poblado del mundo, plantea la necesidad de una alternativa. La otra opción es salvar al capital estadunidense y mundial a costa del derrumbe de China… o del derrumbe de todos, ante el inevitable hundimiento del dólar.



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