A continuación, presento a consideración de los lectores un trabajo en torno a la dialéctica, en siete partes, para generar una discusión sobre el problemático concepto. No es un trabajo que descanse fundamentalmente sobre la vastedad de literatura sobre el tema, no pretende agotarse en citas, y como tal, tiene a todas sus fallas y omisiones al autor como responsable.
(Primera parte)
Sobre el Concepto como unidad entre la teoría y la práctica
Necesidad de una construcción propia al margen de las visiones mecanicistas y analíticas
La revisión de la dialéctica, la construcción propia, desde la perspectiva de nuestro proceso político, tiene carácter urgente en relación a dos necesidades evidentemente claras, pero no únicas ni exclusivas: una, la de entender y hacer propia una noción del desarrollo de las situaciones históricas y políticas que permita interpretar lo que se concreta constante e indeteniblemente como totalidad, incluso, incorporando, a despecho de ciertas visiones cientificistas que no trabajan sino con elementos “puros”, la mayor cantidad de aspectos y enfoques, que son la totalidad, totalidad como voluntad humana sobre lo real. Dos, la necesidad de establecer un concepto para la acción, más allá de las definiciones manualescas o prefabricadas, aquellas que desde dos perspectivas, como son, primero, la ingenua, que pone a la dialéctica como un vocablo debilitado por ser sinónimo de todo, disuelto en múltiples significaciones, un comodín conceptual que sustituye cualquier confusión, conflicto, entre otros; o la reaccionaria, que abiertamente encierra a la misma en un foso de teoría estática y la hace objeto de imposible práctica, porque siendo clara la necesidad de unidad entre teoría y práctica como objetivo de la práctica revolucionaria (Kosic, 1967), hay que tener presente que, en el mismo sentido, la ideología (según Marx), hace su trabajo de separación y de concreción de lo analítico como artrosis de la actividad, la imposibilidad de movimiento, negación de la praxis.
Lo equivocado de las posturas mecanicistas se pone en evidencia en la actividad reaccionaria que separa la práctica de la teoría. Pareciera autoevidente hablar de la imposibilidad de una acción, o de una construcción sistemática-teórica que no implique respectivamente alguna teoría o alguna actividad, podría llegar a entenderse que la vinculación entre teoría y práctica es algo inmediato y necesario, sin embargo, no toda teoría al fondo de una actividad práctica significa un inmediato conocimiento propio del espacio de acción, así, por ejemplo, el contacto cotidiano con el dinero y su uso, no necesariamente significan el conocimiento de lo monetario como aspecto de una economía mercantil, eso sí, es un conocimiento que “posibilita” una forma de práctica, una práctica fetiche (Kosic, 1967), pero muy lejos está de ser una práctica revolucionaria. Las concepciones reaccionarias emplean elementos ideológicos que ocultan los reales nexos, son la total ausencia de ingenuidad. Los procesos de logro de conciencia popular, los cuales son el resultado de saberes a reivindicarse como producto de una práctica transformadora, son detenidos por concepciones parásitas de actividades enajenantes y blindan el proceso reproductor del sistema capitalista.
En el fondo de todo esto están las intenciones de ocultar y de hacer confuso el avance de las fuerzas populares. Las visiones analíticas, las cuales separan para imposibilitar la acción, pretenden incorporar en los distintos espacios de debate una visión de la práctica y la teoría que mantiene la distancia entre la reflexión y la construcción colectiva, a la par de una práctica arrinconada por la enajenación del trabajador, el cual no dispone de posibilidades de colectivizar el estudio y el abordaje de las acciones para la construcción de socialismo. En torno a las visiones mecanizadoras, que engañan al presentar una práctica necesariamente unida a una teoría, y las visiones analíticas, las cuales hacen material oposición a la concreción de la actividad revolucionaria a la luz de la conciencia popular, se presenta un amplio espectro de la actividad política contrarrevolucionaria, es por eso que se hace palpable la necesidad de la construcción de un concepto de dialéctica que tenga presencia en los espacios de actividad colectiva y que sirva de instrumento político, antes que funcionar como escayola semántica. El concepto debe ser para la acción, no únicamente para denominar lo que no conocemos con definiciones paralizantes.
El Concepto: empezar por una noción de Unidad
El inicio de este trabajo lo centramos en lo que podríamos llamar “el concepto del Concepto”, podría pensarse que iniciamos desde un enfoque epistemológico, sin embargo, lo epistemológico, es reivindicado desde considerarlo una respuesta a la acción, es decir, deriva de primeras necesidades políticas, entendiendo a lo político desde el sentido amplio de todo espacio de actividad colectiva y humana en la especificidad del avance popular para la construcción del socialismo. Sin lo político no es posible hablar de lo epistemológico. Desde esta visión se pone sobre la mesa toda la intencionalidad y el compromiso de un Concepto con el avance de las fuerzas populares y la construcción de un mundo socialista y comunista.
Podría también argumentarse diciendo que proponemos un comienzo desde la idea y no desde la acción o de lo concreto material, lo que sería señalar en lo escrito intenciones afines, por lo mínimo, a un idealismo propio del siglo XIX, al respecto sólo podemos solicitar atención, señalando la necesidad de establecer parámetros con toda la provisionalidad posible para ser modificados o invalidados por la acción, de acuerdo a lo expresado por Marx en la tesis segunda sobre Feuerbach (Marx & Engels, 1973, pág. 7). Además, agregamos que la noción que se maneja de “Concepto”, no es la similar a “definición”, nos referimos a un instrumento cargado de práctica humana y sólo permanente a través de ésta.
Es una verdad casi autoevidente lo que expresamos al decir que “lo que hacemos debe ser coherente con lo que pensamos”, desde aquí podemos empezar, desde la relación entre el hacer y el pensar, una relación concebida como unidad, pareciera que el actuar coherente es aquel que refleja la unidad entre el actuar y el pensar. Aquí el énfasis está en la necesidad de tener o de desarrollar alguna noción de lo que significa “unidad”, porque si bien la unidad tiene un sentido “estático” según se tiene la impresión, hay unidad en cosas dinámicas, hay unidad de lo cambiante. Al respecto del concepto de unidad, filosóficamente hablando, el primero quién pretende una definición es el griego Aristóteles, el cual propuso distinguir entre lo “uno” esencial y lo “uno” accidental, esto es, la unidad de cosas que son esenciales a ellas mismas y la unidad como consecuencia de lo casual, lo circunstancial.
Sobre la unidad Aristóteles (Aristóteles, 1986) señaló cuatro especies fundamentales:
1. La unidad de una totalidad continua, un organismo por ejemplo.
2. La unidad de una forma o sustancia; el agua, el aire, un triángulo, entre otros.
3. La unidad numérica.
4. La unidad de las cosas que tienen la misma definición. Por ejemplo, todos los seres que quedan bajo los géneros definitorios “mamífero, cuadrúpedo y carnívoro”, entre otros.
La filosofía posterior, gran parte de ella, se ha ocupado de la unidad como la posibilidad del ser, dejando de lado las distinciones esenciales y accidentales.
Sin embargo, lejos de la diatriba en torno a si algo es o no es en virtud de la unidad, nos motiva la unidad a lo interno de la actividad humana, establecer la posibilidad de una noción de unidad que sea activa, que nos permita orientar la acción humana, acción política; sería interesante revisar, en nuestra práctica diaria, sobre qué formas de unidad tenemos conciencia, que elementos propios de una noción propia de unidad están presentes en nuestra actividad de reflexión y discusión política, empezando además a diferenciar de las unidades aparentes o accidentales y las propias y esenciales al proceso de construcción de nuevas estructuras de poder popular, a lo interno de los batallones del PSUV, en los colectivos de estudio, en las nuevas formas de producción social, en fin, de que manera podemos actualizar una noción de unidad que nos permita seguir el siguiente paso argumentativo.
Los elementos antagónicos a la luz de la revisión crítica de la realidad
Una de los más definitivos resultados de la filosofía hegeliana, es la puesta en escena de una singular noción de unidad. Lo que en filosofías anteriores se entendía como un movimiento mecánico del intelecto humano aproximándose a una realidad ya dada, esto es, el entendimiento, la unidad de la apercepción (Kant); comienza a verse en Hegel como la dinámica del intelecto, del pensamiento, de la autoconciencia, como actividad transformadora y creadora, no meramente contemplativa. Una de las determinaciones de esta autoconciencia es la relativa a la potencia y efecto de unidad como actividad consciente. Empezando por la unidad de lo universal y lo particular, el contenido y la forma, se hace comunicar la filosofía de Hegel mediante la organización del movimiento de la realidad en función de la unidad de antagónicos, de conflictos, la actividad de la autoconciencia, actividad generadora y creadora, pone en evidencia la existencia de elementos antagónicos sobre los que actúa una singular unidad. Esos elementos son asumidos por Marx, ya dejando atrás las intenciones especulativas filosóficas, y pasan a ser herramientas del científico social, del investigador social.
El análisis de la sociedad capitalista hecho por Carlos Marx reveló la existencia de fuerzas opuestas en el seno de la misma, Marx expone estos opuestos mediante una dinámica de antagónicos, de opuestos no lógicos, sino de elementos históricos que desarrollan conflictos históricos. Es importante dejar claro que necesitamos concretar una visión de nuestra realidad histórica para poder determinar que elementos a lo interno de la dinámica estructural de nuestro sistema capitalista se nos presentan como antagónicos, esto para poder ubicarnos en nuestra realidad, muy distinta a la de la Inglaterra del siglo XIX.
Es necesario dejar claro que entendemos que el cambio tan radical de la visión dialéctica de Hegel a la de Marx, nos ubica en contra de las visiones que interpretan como una “inversión” de la dialéctica hegeliana a la propia dialéctica mencionada por Marx, o como una visión similar a la dialéctica de Hegel con “contenido materialista”, de manera que, como bien expresa Ludovico Silva en su antimanual, no podemos hablar en Marx de una dialéctica como la hegeliana, sino, en un principio, como un “método de exposición de la estructura capitalista” (Silva, 1975, pág. 36). El paréntesis que se abre con la aclaración anterior, a pesar que adelanta algunos elementos de desarrollos posteriores, nos permite ir dejando de lado malos entendidos respecto a nuestra postura con discusiones de corte filosóficas, en su lugar, nos interesa principalmente desarrollar un concepto de dialéctica que pueda ser incorporado en los espacios colectivos para la construcción de nuestra propuesta socialista y comunista.
En torno al asunto de los antagónicos, Ludovico hace una aclaración interesante sobre lo que llaman algunos marxistas “las contradicciones” de nuestro proceso. Una diatriba muy simple de disolver es la referente a la noción lógica de los procesos históricos, pareciera que una interpretación equivocada de los textos marxistas pretende identificar en los hechos y en la realidad misma una suerte de contradicciones que funcionarían como el motor de las dinámicas históricas, hay que tener presente que “la contradicción” por definición se refiere a la coexistencia de dos enunciados opuestos uno al otro, por ejemplo, si decimos “llueve”, su opuesto lógico es “no llueve”, no faltaría alguien para decir que la contradicción que supone el decir de un mismo evento que es, o que no es, puede ser el resultado de situaciones antagónicas donde intervienen distintos intereses, como por ejemplo, los enunciados “bajar las tasas de interés es bueno” y “bajar las tasas de interés es malo” son la señal de una contradicción esencial al sistema capitalista. Lo expresado en dichos enunciados no responde sino a los beneficios que para algunos significa un hecho y para otros no, sin embargo, la forma lógica de la contradicción no necesariamente tiene como referente a una forma antagónica histórica a lo interno del sistema capitalista. El carácter de los antagonismos materiales que son esenciales para la acción es histórico, son antagonismos propios de un momento histórico, tienen en sí toda la problemática actual y la situabilidad que los hacen específicos de un momento histórico-político.
La estrategia de identificar antagónicos, conflictos esenciales a la estructura de nuestro peculiar capitalismo, es el producto del análisis, del estudio serio de las situaciones reales en las que nos encontramos inmersos. El estudio de lo sucedido durante el referéndum del 2 de diciembre, la sistematización de las experiencias y hechos claves de ese proceso, las dinámicas políticas que dan como concreción la participación de Venezuela en la problemática colombiana con el intercambio de rehenes, la dinámica de decadencia del dólar y el alza del euro, más aún, la actualización en torno al proceso de Revisión, la Rectificación y el Reimpulso, en fin, las distintas problemáticas internacionales, nacionales, locales, son el espacio adecuado de discusión donde poder poner en práctica una revisión de nuestra realidad.
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